Consecuencias del aborto para el varón

Título: México: Consecuencias del aborto para el hombre
Autor: Vida Humana Internacional
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Impacto en el hombre de las leyes proabortistas de EE.UU.

El debate sobre el aborto se ha enfocado casi exclusivamente desde la perspectiva de las mujeres, haciendo caso omiso de los hombres. En un momento en que los hombres se comprometen cada vez más en la crianza de sus hijos, la ley en los Estados Unidos les niega sistemáticamente el derecho a estar implicados en decisiones de vida o muerte que afectan a sus hijos aún no nacidos.

Esta impotencia tiene su efecto no sólo en la imagen que el varón tiene de sí mismo, sino que también puede causar conflictos de funciones, culpabilidad, depresión y, con frecuencia, el final de la relación con su cónyuge.

Se ha defendido el aborto como un sencillo procedimiento quirúrgico que produce poco o ningún impacto psicológico tanto en la mujer como en el hombre. En realidad, la mayoría de los hombres, lo mismo que las mujeres, niegan cualquier consecuencia emocional negativa del aborto. Sin embargo, cuando los hombres deciden reconocer sus sentimientos, describen con frecuencia la experiencia del aborto como desconcertante y dolorosa. Un estudio arrojó que tres de cada cuatro varones dijeron que pasaron por un momento difícil con la experiencia del aborto y una minoría relató sueños continuos de día y de noche sobre el niño que nunca nació, así como culpabilidad, remordimiento y tristeza considerables.

Lo mismo para los hombres que para las mujeres, la sensación de vacío puede durar toda una vida, puesto que los padres son padres para siempre, incluso del niño muerto. El problema emocional es casi imposible de resolver porque no es perceptible, sólo se trata de un recuerdo. Como al niño no nacido le fue negada la humanidad, le es negada también una sepultura o una señal.

En la decisión del aborto, con demasiada frecuencia el cometido del varón es marginal y pasivo. Puede que sea pasado por alto por su mujer, ignorado en la clínica abortista y desamparado en el acto y las secuelas del propio aborto. Este conflicto de funciones bien puede ser responsable parcialmente del aumento en la disfunción sexual masculina. La experiencia clínica demuestra que los hombres se vuelven hostiles cuando han sido excluídos de la toma de decisiones y cuando descubren que han sido engañados y manipulados.

Convertirse en padre es, por supuesto, mucho más complejo que el contacto sexual y la concepción. Es un proceso que incluye el desarrollo de ciertas cualidades, objetivos, actitudes, etc. Para los hombres lo mismo que para las mujeres, el aborto detiene bruscamente este proceso y crea un vacío en el que abundan la confusión, la ambivalencia, la culpabilidad y la hostilidad.

En ninguna parte se siente más dolorosamente la experiencia del aborto que en el campo de la expectativa del padre, responsable y protector de sus seres queridos. Los resultados de una encuesta nacional indican que tres de cada cuatro personas que respondieron creen aún que el hombre ideal es aquel que lucha para proteger a su familia. Sin embargo, ¿cómo podrá un hombre proteger a su hijo cuando la ley no le permite involucrarse en una decisión de vida o muerte?

Realmente, con el aborto se ha comprobado la doble escala de valores para los hombres y las mujeres. Mientras está garantizado el (falso) «derecho» a abdicar de la futura maternidad, no lo está el derecho del padre a proteger su futura paternidad. Cuando las mujeres escogen el aborto, aún por encima de los deseos del varón, se habla de la proclamación de los «derechos» de las mujeres, de la libertad, de la opresión masculina, etc. Pero cuando los hombres fomentan el aborto para sus parejas, está tipificado (y con toda razón) como coacción, falta de afecto, insensibilidad y egoísmo.

Por otra parte, el renunciar a la responsabilidad encaja bien en el pensamiento abortista. Para los hombres que no se interesan en las mujeres que dejan embarazadas, el aborto es un elegante sistema de abdicación de su responsabilidad.

Sin embargo, una vez que ha tenido lugar el aborto, los varones pueden requerir tanta ayuda emocional como las mujeres. Para cualquiera de los dos sexos, la pérdida de un hijo no es una pérdida como otra cualquiera. La culpa y la pena pueden ser persistentes, y no pueden quitarse a base de fuerza de voluntad.

Uno de los mejores remedios para disminuir la culpabilidad es la revelación de uno mismo. Hablar de los viejos asuntos inacabados ayuda a disipar la culpabilidad y con ello se consiguen pequeños milagros.

La reconciliación con la muerte del hijo aún no nacido implica finalmente el acto del perdón. El perdón por el aborto cometido surge tras estar dispuesto a reconocer su verdad y a expresarla.

En el problema del aborto, tanto investigadores, como consejeros y mujeres no han caído en la cuenta de las consecuencias trágicas que resultan para los padres. Los hombres también son víctimas del aborto junto con las mujeres y los niños aún no nacidos. Con frecuencia sufren en silencio, desconcertados y frustrados. La solución no vendrá hasta que impere el amor, se garantice una auténtica igualdad de los sexos y se reconozca que el aborto nunca es la solución.

FUENTE: Vincent Rue, Ph.D., Forgotten Fathers (Lewiston, Nueva York/Toronto, Canadá: Life Cycle Books, 1986. (Se han hecho correcciones de estilo.)

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Testimonio de un psiquiatra

Existe extensa documentación sobre la forma en que el aborto afecta a la madre del niño, pero dicha literatura habla únicamente de los problemas de la mujer. Al padre de la criatura se le ignora en lo que respecta a la medicina, a la ley y a la psicología. Sobre este punto me voy a dirigir aquí.

En nuestra sociedad se espera que los hombres sean agresivos, dominantes, que tengan éxito y que sean responsables. La experiencia del aborto crea mucha confusión en estos roles tradicionales. El hombre, a raíz del aborto, no puede desenvolverse como se esperaba de él, causándole ansiedad, tensión y problemas emocionales. En una sociedad en la cual no sólo se acepta el papel activo del padre, sino que se exije más cada día de él, es una ironía que al hombre se le deje sin poder alguno para decidir el destino de su hijo por nacer.

Según el Dr. Vincent Rue, especialista en sexualidad humana y síndrome postaborto, los efectos más devastadores del aborto son los que se relacionan con el papel del hombre como protector de su familia. El Tribunal Supremo de los Estados Unidos ha declarado que el padre tiene derechos limitados y que el esposo no tiene el derecho a impedir el aborto, por lo que el hombre… se convierte en una criatura pasiva, indefensa y dependiente; se le destruye casi totalmente su propia autoestima. Me contó un padre: «Jamás podré sobreponerme al dolor que siento, no pude salvar a mi hijo».

Harnold Medvene, psicólogo del Centro de Consejería de la Universidad de Maryland declaró: «El aborto es una de las principales experiencias que atraviesa el hombre, que están relacionadas con la muerte y que despiertan memorias y sentimientos muy primitivos». Un hombre entrevistado por Medvene declaró que «el aborto es una herida que no se puede ver ni palpar, pero existe».

El hombre sufre un cambio desde el primer momento en que se entera de que su esposa está embarazada; aunque no se de cuenta de ello, conscientemente o no, ha asumido ya en ese momento el papel de padre. Un estudio llevado a cabo por Shostak y MacLouth reveló que la imagen de la «paternidad» permanece en la mente del hombre siempre, y que persiste aún después del aborto en sus pensamientos sobre cómo habría sido el bebé. Esté o no de acuerdo el padre en que se realice el aborto, aunque opine que el feto es un ser humano o por el contrario «un puñado de tejidos» (como falsamente opinan muchos), sabe que el aborto impide que continúe desarrollándose una vida, y que pone fin a un proceso que si no se hubiera interrumpido, hubiera culminado en un niño: su hijo.

Los efectos psicológicos producidos por el aborto están muy relacionados con los roles tradicionales del hombre, de los cuales hablé anteriormente, a veces hasta los determinan. Se supone que el hombre debe no sólo proteger a sus seres queridos, sino que les debe proveer apoyo emocional. Muchas veces los hombres sacrifican sus propias opiniones y emociones para apoyar a la mujer que aman en el momento en que ella lo necesita. Comúnmente la decisión de abortar es un secreto que no se habla con otros, ni siquiera la pareja habla de él. Esta incapacidad del hombre de poder expresar sus verdaderos sentimientos a la madre de su hijo, a su familia o a sus amigos, puede traer profundos problemas psicológicos.

Muchos hombres han manifestado sentimientos de depresión, frustración, vacío y culpabilidad. Toda esta tensión daña la relación. Otros interpretan la decisión de la mujer de abortar como un rechazo de ellos mismos, y de la innegable manifestación física de sus relaciones, que es su hijo por nacer. Estos sentimientos de rechazo resultan en un mayor número de problemas sexuales, que van desde la impotencia hasta la promiscuidad. Muchas veces la culpa o la ansiedad y el remordimiento son tan dolorosos, que la única solución parece ser terminar con la relación. Recuerdo el caso de una pareja que tuvo relaciones sexuales antes de casarse, las cuales resultaron en un embarazo. La mujer convenció al hombre de que la solución más conveniente era el aborto. Él estaba muy opuesto, pero ella lo convenció y él aceptó. Más tarde se casaron y tuvieron dos hijos, pero la mujer afirma que su esposo ya no es el mismo, es indiferente a las relaciones sexuales, verbalmente abusivo con ella y físicamente abusivo con sus hijos. El se niega a recibir terapia y están pensando en divorciarse.

Al igual que el bebé por nacer, el hombre es también víctima silente del aborto. Una vez realizado el aborto, la intervención terapeútica es vital. Es recomendable sacar a la superficie las emociones negativas y las ansiedades, hablando sobre ellas. El reconocimiento de la culpa y de la ira es un paso necesario en el doloroso proceso que finalmente resultará en el auto perdón.

FUENTE: Dr. Alberto Iglesias, «Efectos del aborto en el hombre». Conferencia dictada durante el IX Congreso Mundial Anual sobre el Amor, la Vida y la Familia de Human Life International, celebrado en Miami, Florida, EE.UU., abril de 1990.

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